jueves, 22 de febrero de 2007

Aventajados en globalización


Las reglas de la globalización, la de la pasta, están puestas desde hace muchos siglos. Lo que pasa es que ahora se hace con más 'charme'. Vamos con una elegancia que se iguala al descaro con el que se nos trata a la masa. Y me explico.

Sabéis que la banca española ha triplicado sus beneficios en sólo seis años. Sí, ya sé que hay realidades inmutables que no se pueden ni se deben discutir. Pero a uno le entra un cierto sofoco que estos señores exprimidores del bolsillo ajeno encima se pavoneen de su saqueo.

Otra de la misma clase. PRISA ganó en 2006 sólo 229 millones de euros. Vale, están en su derecho. O no. Sobre todo porque son adalides de la izquierda justa, esa que propaga los beneficios (sociales) del Estado del Bienestar. Una empresa que organiza una campaña de promoción, en la que se regalan cochazos y lofts a cambio de que los (otra vez) beneficios de la campaña vayan a parar a UNICEF. Que generosos...

Y mientras, los jueces mandan tres años a la trena a dos obreretes de los astilleros de Gijón, Cándido López Carnero y Juan Manuel Martínez, que como delito mayor tienen el haber sido acusados de romper una cámara de vigilancia, en el fragor de una movilización sindical que protestaba por los despidos masivos generados por la reconversión industrial del norte. Estos dos hombres inspiraron la historia de 'Lunes al sol', la estupenda película de Fernando León de Aranoa, que protagonizó Javier Bardem. Como mola. ¿Dónde está la justicia del Estado de Derecho con el que se llena la boca de mierda a Zaplana, Rubalcaba, Acebes, López Aguilar y toda la caterva de seres falsos y mendaces que pueblan el teatro de la política nacional.

Pues si os parece poco esto, ahí va el resto: Hoy dice la prensa que la Comisión Europea va a multar a un cártel de fabricantes de ascensores por pasarse una pila de años poniéndose de acuerdo para colocar los precios de sus servicios por las nubes. Como no había competencia ni ley que les metiera mano, ellos se lo guisaban y se lo comían. Ah, sí. Estos no van a la cárcel. ¡Faltaría más!

Sólo nos queda marcharnos a escuchar las exquisitas canciones de Jorge Drexler, al auditorio de Comisiones Obreras, el viernes a las 22.30. Con sus melodías susurrantes y sus letras tan reales como duras, voy a tratar de olvidarme de que la realidad nos la pintan como quieren, los que controlan los hilos del poder, y al resto de los mortales nos queda rabiar, o desahogarnos en un blog. Bueno, algunos también luchan. Bien por los que luchan.

lunes, 19 de febrero de 2007

¿Para qué sirve una Constitución? ¿Y un Estatuto?

Lo del Estatuto que se lo pregunten a la mayoría de los andaluces que han pasado olímpicamente de ir a votar el fin de semana pasado.
Y en cuanto a la Constitución... Para que los señores que la promuevan queden en los anales (ahí, en los más profundo, oscuro y apestoso) de la Historia. O, quizás, para que el poder laico imite al religioso y nos coloque una serie de mandamientos que, igual que ocurre con los eclesiásticos, nuestros gobernantes sean los primeros que “no respeten ni hagan respetar”, por mucho que lo juren cuando juran la ‘Carta magna’ el día de su nombramiento.

Mira para que sirve la Constitución en el caso del derecho a la vivienda. O en cuando miramos la defensa de que toda persona tenga un trabajo digno. O en la defensa al derecho a la vida (que se lo pregunten a las mujeres asesinadas por sus parejas). Y qué decir de la igualdad en el acceso a la educación, cuando si eres extranjero (pobre) no vas a poder entrar en ese colegio concertado (que todos pagamos y sólo unos pocos, los que decide la dirección del centro, disfrutan).

Eso sí, en el caso de la garantía a la propiedad privada todo se respeta y pobre del que no lo haga porque le caerá el peso de la ley con todo su poderío.

Y no sólo pasa en España. La Europa del confort y la mentira defiende en el artículo 21 de su Constitución la ‘No discriminación’ ( “Se prohíbe toda discriminación, y en particular la ejercida por razón de sexo, raza, color, orígenes étnicos o sociales, características genéticas, lengua, religión o convicciones, opiniones políticas o de cualquier otro tipo, pertenencia a una minoría nacional...) y en su apartado en el 22 la ‘Diversidad cultural, religiosa y lingüística’. Que se lo pregunten a los inmigrantes que se hacinan en los suburbios de Marsella o de Liverpool.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Que se quiten la máscara o que se los trague el Carnaval

En mi ciudad, en Rivas, el carnaval es una fiesta. ¡Hasta a algún fanático ripense (es nuestro gentilicio) se le fue la olla y dijo que esto era ‘Rivas de Janeiro’.
Pues ahora que el personal se pone la máscara, a mí lo que me cantan las tripas es que de una vez y por todas le gritemos en la jeta a nuestra clase política ¡que se quiten la careta!. Sí ya sé que no se pueden pedir peras al olmo, sea juez o sea estrella de la radio, pero yo, como soy un ingenuo incorregible me empeño. Y me empeño.
Cómo estaría la cosa si a todos esos personajillos que van con la boca llena de ‘la verdad’, les respondieran sus votantes exigiéndoles que, aunque sólo sea en Carnaval, en vez de ponerse careta y disfraz, que se lo quiten.
Imaginaros que a Jiménez Losantos, a Pedro Jeta (a éste le va la idea que ni pintada) Ramírez o a José Ramón de la Morena, la gente le hace el vacío el viernes y, para que se dé por aludido, todos se colocan una careta y le piden que se quite la suya.
Tenemos demasiado miedo a ‘esos señores importantes’ (como cantaba Rosendo con Leño en la mítica ‘Que tire la toalla’). Nos tenemos que movilizar para ponerles con el culo al aire, para que oreen sus contradicciones, por muy hediondas que resulten.
Pues eso, a ver si cunde el ejemplo.

martes, 13 de febrero de 2007

Derecho a techo


El ladrillo podría servir hoy en día muy bien como metáfora de un país, el nuestro, que se construye con un material lleno de agujeros que son aquellos que no tienen garantizado el derecho a techo. Y no hablo de las miles de personas sin hogar, los homless, que ocupan la última escala de la exclusión social. La desprotección legal ha alcanzado de pleno a la gran mayoría de los y las jóvenes españoles (y no sólo a ellos) el día que se levantan en casa de sus padres con la sana intención de emanciparse y buscar un piso en el que vivir.

En Francia, y como consecuencia de la presión ejercida por un potente e imaginativo movimiento popular que ocupó las calles durante un mes, el Gobierno se ha comprometido a presentar ante el Parlamento una ley que permita a cualquier ciudadano o ciudadana a reclamar ante los tribunales al Estado que le garantice su derecho a disponer de una vivienda digna. Aquí, en España, las calles también han sido escenario de las protestas de miles de jóvenes que de un modo espontáneo han convertido la reivindicación del respeto al derecho a la vivienda en un grito que ha retumbado y va a seguir haciéndolo en la mayoría de las ciudades del país.

En medio de este clamor que exige justicia, los beneficios de los que alardean bancos (beneficiarios de las hipotecas), promotoras de suelo, y empresas constructoras son un insulto a la dignidad de la mayoría. Cada día llueven nuevos casos de corrupción urbanística en cientos de municipios de todo el país, pero se sigue defendiendo desde los púlpitos neoliberales que el motor de la economía es el auge del ladrillo y que, en el momento en que se frene a este tren inmoral, el país caerá en un hoyo profundo de crisis.

¿Hasta cuándo vamos a seguir tragándonos estas falacias? Ya es hora de que se rompan las cadenas de una argucia inventada para tener a la gente aplastada bajo cadenas cuasi perpetuas de hipotecas a 30 o 40 años vista. Nos dicen que hay que seguir soportando empleos precarios para saldar las cuentas pendientes con los bancos. ¿Es que no vamos a ser capaces de gritar que ya está bien? Las administraciones públicas, desde la modificación de leyes de suelo que favorecen a los promotores, deben tomar cartas en el asunto. Además, hay que exigirles que abandonen los discursos demagógicos y que pasen, de una vez y por todas, a poner toda carne en el asador de la promoción de la vivienda pública.