Tenía este espacio un tanto olvidado, como olvido tantas cosas preciosas y extrañas que esta vida guarda en el interior de su cáscara dura. Mi mundo, tan pequeño e intrincado como el de todos vosotros y vosotras(imagino) siente y desea. Y así busco con la ayuda de las palabras un rincón en el que expresar lo que se me pasa por el alma.
Me propongo colgar en esta habitación vacía historias que me nazcan, sueños que repesque al despertar y algún que otro pullazo para los que se lo merezcan ( y hasta para los que no).
Empiezo con uno que escribí hace tiempo y que compartí en una reunión de locos que se juntaban para pasar el rato leyendo, cantando, desvariando.
PALABRAS PROHIBIDAS
Casi no me queda tiempo, ni aire, ni saliva que engrase este habla cascado y débil. Ahora, cuando más las necesito, me faltan las fuerzas...
Pero, aun así, debo contarlo, tengo que hacerlo saber para que se conozca más allá de estas enmohecidas paredes, que son mi prisión y serán mi tumba.
¡Qué ironía! Ahora, siento este impulso irrefrenable. Ahora que nadie me escucha...
Pero, no me morderé la lengua. Al contrario, le daré rienda suelta a través de la tinta de esta pluma que hace cosquillas a un papel generoso, siempre dispuesto a dejarse preñar por la magia de las palabras.
Sí, de las palabras.
¡Ah!, ¿A que a vosotras, personas lectoras de este texto extraño, no os asustan las palabras?
Entonces, preparaos para escuchar un puñado de ellas. Y no cualesquiera. Se trata de una selección de vocablos marcados. Y no precisamente porque carezcan de importancia.
En realidad, me estoy refiriendo a cuatro palabras que....
Sí, estoy decidido. Las voy a dejar escritas pase lo que pase. Tal vez, termine por cubrirlas el polvo. O quizá, alguien las halle tapiadas por la lógica paralizante que impera en un mundo al que ya se le ha olvidado cómo late un corazón.
Estas cuatro palabras se las dejo en herencia a quien todavía conserve un alma sensible, un espíritu insumiso. En esta sencilla sentencia reside mi última voluntad, el testamento que aquí queda para las generaciones venideras.
Alguien dirá que me dedico a escupir contra el viento, lanzando piedras contra el cielo. Y tal vez no le falte razón.
De todos modos, estoy persuadido. Aprovecharé que nadie puede parar mi mano temblorosa.
¡Qué empiece el Carnaval de las palabras prohibidas!
Empezaré por el final.
Muerte: Sí, ya sé que me dirán que su repetición, como un goteo brutal, es una de las señas de identidad de los informativos de TV. No lo niego, sin embargo, en realidad de lo que se habla es de muertos: "20.000 muertos en Irak"; "1.000 muertos en el Estrecho"; "105 muertos en las carreteras esta Semana Santa".
La muerte se conjuga en tercera persona (él, ella, ellos... los muertos) y así se conjura el mal fario.
Sin embargo, pocas veces oiremos hablar de la muerte desnuda, cercana, hermana y compañera que nos espera a la vuelta de cualquier esquina. A todos y todas, sin excepción. Es de mal gusto mentarla. Yo la quiero reivindicar. Miremos a la muerte a los ojos y sabremos que no es tan mala como la pintan.
Viejo: Claro. Si la muerte no está bien vista, lo viejo, su antesala, menos aún.
Parece que los dos forman parte del mismo ‘pack’. Viejo y caduco; viejo y enfermo; viejo y pasado de moda.
Viejo es una palabra a la que se le coloca junto a malas compañías. O, directamente, se niego su existencia porque suena fea.
De lo que nos hemos olvidado es que también, viejo es sabio, experimentado, añejo...
Yo soy viejo. ¿Y qué? No pertenezco a la tercera edad, ni soy una persona mayor, ni siquiera un anciano.
Muchos no se acuerdan de que los viejos somos la memoria del mundo.
No siempre nuevo y joven son sinónimos de mejor. Muy al contrario.
¡Viva lo viejo y los viejos!
Fraternidad: Otra palabra que parece que se inventó con la Revolución Francesa. Se acuerdan del famoso: Libertad, Igualdad, Fraternidad... Y que allí murió.
Ni siquiera se le ha permitido pervivir como a sus hermanas. Aunque sólo sea para servir de coartada a quienes sueñan con exterminar la libertad e impedir que algún día respiremos igualdad.
A la palabra fraternidad se la ha encerrado en los templos religiosos. Sin embargo, si la repites, y acabas por creértela y practicarla, se transforma en una medicina muy efectiva contra la frustración y el individualismo.
Revolución: Y para terminar he dejado a mi amiga. La más deseada de todas. De la que siempre hablamos pero no somos capaces de hacerla ni en las cosas más pequeñas y sencillas de nuestra vida. Madre de los ideales, hermana de la fraternidad, prima de la locura.
Algunos banqueros la han convertido en el nombre de un hipoteca. Otros creen que es una canción de los Beatles y, los más indocumentados, sólo la han oído en relación con el mundo del motor.
Revolución es la palabra proscrita por excelencia. Démosle una oportunidad. Aunque sea en nuestro interior.
Lo escrito, escrito está.
Ahora, en el último suspiro que retengo a su pesar, proclamo con entusiasmo:
"¡Viva la fraternidad de lo viejo!. ¡Revolución o muerte!".
O, si lo prefieren:
"¡Viejo!, la revolución no hay que buscarla en la muerte, sino en la fraternidad".