lunes, 5 de marzo de 2007

A la luna no se la eclipsa


El sábado tuvimos un pedazo de eclipse de luna de dimensiones cósmicas. Yo, en Rivas, con la luna todavía llena como telón de fondo, estuve viendo un espectáculo de siete chavales brasileños, recién llegados de Río de Janeiro, que me interesó bastante más que ‘el gran acontecimiento’. Teníamos un día primaveral en mi ciudad y los siete meninos (una chica entre ellos) nos dieron una exhibición maravillosa de break-dance, hip-hop, danza contemporánea y danza-teatro, todo metido en la batidora de lo que la calle enseña. Los que estábamos allí asistimos alucinados a la fuerza del arte (seguro que los puretas que sólo hablan de belleza cuando se pasean entre las alfombras del Palacio de la Ópera o del Auditorio Nacional, a esto no le llaman arte) que emerge de la necesidad.

Uno de los chavales, después de trepar a un muro de tres metros graffiteado en el que se podía leer ("el 60% de los jóvenes que vivimos en las barrios de Río hemos sufrido en algún momento la brutalidad policial"), y tras recibir un ‘cubazo’ de agua helada, cantaba a capela con la voz rota el himno nacional brasileño, mientras sus colegas le acompañaban con los sonidos rítmicos, guturales, que emplean los raperos para darle un contrapunto a la canción.

Y yo pensaba: qué poco se necesita para convertir la basura (la que se deben tragar estos chavales todos los días de su vida, la que le mete en su existencia una sociedad egoísta y criminal) en belleza cargada de un fuerte componente reivindicativo.

Aunque corran malos tiempos para la lírica, todavía nos quedan muchas islas de belleza hacia las que navegar.

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